jueves, 21 de julio de 2011

Ants

Just about to nail myself to the table, a voice, a dull thud, swept me from my actions. Leaning towards the floor bits of glass shimmered and caught my eyes. Don’t always know reality. Is this reality? Senses feel like battling for my attention and merging in the process. What day was it? Thursday. Not really sure, the fucking calendar on the fucking machine broke down when I turned the dial. What is this sticky. Oh shit. It’s blood. What is all this fucking blood doing in my clothes? Is it mine? And where is that voice coming from? The nail is falling slowly from my hand. It’s not touching the table. It is not touching the table. It isn’t. One time, two times, three, the numbers could go to infinity and never finish. The tingling that was in my hand has spread. It is now creeping, climbing up my arm, like a pack on little black ants, ferocious wolf-insects. Is this my other hand, writing? What about all these letters and symbols going through my head-machine? Plugged? Yes, it is (was?) plugged. Food for the ants. The little fuckers have taken my body entirely, but there’s no place to stay. Shit, all of the problems before back when Judith and I were still researching the bits of data spawned from the very depths of the inner circuitry. A noise. What? The door? There’s a door? Yes, you fucked up slider, look at the door. It’s opening. My eyes see that. It is a door. My door turning on its hinges, wooden, heavy. Got it cheap, yes did, remember it like it was yesterday. But who is turning it? Forty-five, antique shop by the sideroad, going to Houston. Many years ago. It is now open, what is going to happen? It is a friend, I’m not sure. Where is the blood now. Has it gone, yet? Well. Come in. Shit, well don’t just stand there, come in, stupid, motherfucking invisible piece of nothingness. But why this face? Oh shit, no this can’t be. It looks like me, fuck, It’s me. It’s my fucking face staring back at me, like some weird disembodiment spiritual, out-of-body, experience. But I’m not dead. Neither is he but appears expensive. My head, mine, not his, just mine, is about to touch the floor. A single hair stretches out and reaches the ground. I expect the pain. He is going to the walls, walking, crawling the walls. Fuck this is not good. The escalade foretells a very chaotic path. Wild synapsis taking over. Oh, he grabs the machine, that is, me. Wait, don’t turn the dial. Fuck. Why will I never listen. A wave of pain ripples through my skull, It feels like jelly, the eyes pingpoeing inside their sockets. Darkness falls. The ants. The ants!

22/06/2011

Julián

Julian tiene once años, un cociente intelectual de 130, y quiere desesperadamente ser un vampiro, pero no puede. Los vampiros no existen, nunca han existido. Julián lo sabe, conoce sus orígenes, tanto en el folclor como en la literatura, pero eso no lo detiene. Él quiere ser un vampiro.

Pierre

Pierre, terminó. Le costó sudores y angustias terribles, sacrificó familia, amistades y salud, pero lo consiguió. Satisfecho, releyó las últimas frases y escribió el punto final. Mientras, en algún lugar que no recuerdo, Cervantes se revuelca en su tumba.

22/11/2010

Solución

La situación no podía esperar más tiempo. El coloquio celebróse con prisa. Los asistentes fueron puntuales como siempre, salvo por uno que otro despistado de los que nunca faltan en este tipo de reuniones. Ocuparon sus lugares y después de varias horas, el consejero mayor expresó con gravedad las conclusiones halladas y determinó las correcciones y enmiendas que debían hacerse a los reglamentos vigentes.
Desde entonces, la gente del pueblo sale a las calles dos veces por año a incurrir en toda clase de delitos y fechorías, mientras el resto del año guardan un comportamiento ejemplar.

22/11/2011

Diente de Ojo

El niño miraba a la anciana que acababa de entrar en la cocina. Ella terminó de atarse el cordón del delantal y sonrió. Había sobre la mesa un amarillento cuaderno de recetas y una olla hasta la mitad de frijoles sin cocer. Sobre los negros quemadores sin prender, tres grandes bisteces congelados, se derretían con lentitud en una sartén de mango de plástico negro quemado, deformado a fuerza de vivir cerca de la estufa.
— ¿Qué vas a hacer hoy, abue?
— Hoy vamos a hacer bistec empanizado.
— ¿Y qué más?
— No sé. ¿Por qué no me lees una receta de las del cuaderno? Tú me dices qué quieres y yo lo voy haciendo.
El niño abrió los ojos como si se tratara de algo enorme y de gran responsabilidad. Al momento abrió el cuaderno y comenzó a hojear frenéticamente las páginas. Ella le sonrió y se volvió al refrigerador para sacar un par de huevos. El niño la contempló un rato. La mujer casi no se movía de donde estaba y ante los infantiles ojos, la abuela pareció extender los brazos más allá de sus longitudes reales y alcanzar, con gran facilidad, el especiero de madera, el aceite, sal, pimienta y servilletas.
— ¿Cómo lo haces, abue?
— Ahorita vas a ver. Mira, primero tenemos que esperar a que la carne esté descongelada. En este platito que tenemos aparte, tenemos que batir el huevo primero.
— Guácala, no me gusta el huevo.
— Ni cuenta te vas a dar de que lo tiene.
La abuela tomó un huevo con sus manos, lo golpeó firmemente con el canto del plato y separando las mitades con sus pulgares soltó el aguado contenido que al niño se le figuró un escupitajo.
— No sé, hay un montón de cosas.
— Escoge la que más te guste.
Los ojos buscaban con avidez la receta ideal. Al mismo tiempo trataba de leer en voz alta lo que su vista iba registrando.
— ¡Ya sé, abue! Quiero una sopa de pasta.
— Hijo, has probado la sopa de pasta muchas veces. ¿No quieres otra cosita?
— No, abue. Quiero sopa de pasta.
— Ándale pues. Leéme la receta.
El niño sonrió triunfante y apuntó con la pequeña uña de su índice, la primer palabra de la receta de la sopa.
— “In…gre…dien..tes”
— A ver, hijo. Dime.
— “Un so…bre de…pas…ta… para…pre…parar. ..sopa, un puré de --- to…mate, un diente de ojo…
— ¿Cómo?
— Así dice, abue. “Un diente de ojo”
La abuela se acercó al niño y miró el recetario escrito con su propia mano y que la había acompañado desde hacía más de cuarenta años.
— Mira, abue… “un …dien…te…de…ojo”
La abuela leyó por sobre el dedo de su nieto y se arrancó a reír como nunca él la había escuchado. Las carcajadas de la abuela sonaron por la casa que hasta los pájaros de las jaulas del corredor se agitaron y comenzaron a piar ruidosamente.
— Pero no, mi amor, —decía la abuela apenas respirando. —Es “un diente de ajo”. Es “ajo” no “ojo” ¿Ves?
El niño no pudo menos que soltar a su vez otra risotada, consiguiendo con esto, contagiar nuevamente a la abuela que se sostenía de la mesa de la cocina para no caerse.

Tocaron a la puerta. La abuela interrumpió las carcajadas y fue a la entrada para ver quién tocaba. Giró la perilla.
—Vengo por el niño, señora.
La abuela se puso seria y bajó la mirada. La cabeza se le antojaba pesada, fría. La mujer cruzó el umbral y llamó:
— Hijo, ya vente, nos tenemos que ir.
— No puedo, mamá, le estoy dictando una receta a mi abuelita.
— Ándale, ya ve por tus cosas.
— Ya voy.
El niño se adentró en el corredor haciendo pucheros. La madre volteó hacia su suegra con una mirada lánguida y seria.
—Ya nos encontró.
La abuela asintió con tristeza y abrazó a su nuera. Las lágrimas aparecían enormes tras los bifocales pesados como losas.
—Nunca puedo quedarme el tiempo suficiente. — rezongó el niño.
—Perdona, mi vida, pero ya nos tenemos que ir. Despídete de tu abuelita.
El niño se paró de puntitas para alcanzar los carrillos de la anciana quien se encorvó, todavía un poco más para abrazar a su nieto. Cuánto había crecido en el último año. Qué grande estaba.
— Otro día vengo a terminar la sopa de diente de ojo, abue.
— Si, mi amor. Ven cuando quieras. Haremos todos los dientes de ojo que podamos.
El niño cruzó la puerta y salió al patio y a la calle. La madre salió detrás de él. Las mujeres se miraron y torcieron la boca con tristeza. La abuela se quedó un rato en la puerta mientras veía el coche alejarse. El ruido del motor se fue apagando, mientras ella pensaba en silencio.




22/08/06