jueves, 21 de julio de 2011

Diente de Ojo

El niño miraba a la anciana que acababa de entrar en la cocina. Ella terminó de atarse el cordón del delantal y sonrió. Había sobre la mesa un amarillento cuaderno de recetas y una olla hasta la mitad de frijoles sin cocer. Sobre los negros quemadores sin prender, tres grandes bisteces congelados, se derretían con lentitud en una sartén de mango de plástico negro quemado, deformado a fuerza de vivir cerca de la estufa.
— ¿Qué vas a hacer hoy, abue?
— Hoy vamos a hacer bistec empanizado.
— ¿Y qué más?
— No sé. ¿Por qué no me lees una receta de las del cuaderno? Tú me dices qué quieres y yo lo voy haciendo.
El niño abrió los ojos como si se tratara de algo enorme y de gran responsabilidad. Al momento abrió el cuaderno y comenzó a hojear frenéticamente las páginas. Ella le sonrió y se volvió al refrigerador para sacar un par de huevos. El niño la contempló un rato. La mujer casi no se movía de donde estaba y ante los infantiles ojos, la abuela pareció extender los brazos más allá de sus longitudes reales y alcanzar, con gran facilidad, el especiero de madera, el aceite, sal, pimienta y servilletas.
— ¿Cómo lo haces, abue?
— Ahorita vas a ver. Mira, primero tenemos que esperar a que la carne esté descongelada. En este platito que tenemos aparte, tenemos que batir el huevo primero.
— Guácala, no me gusta el huevo.
— Ni cuenta te vas a dar de que lo tiene.
La abuela tomó un huevo con sus manos, lo golpeó firmemente con el canto del plato y separando las mitades con sus pulgares soltó el aguado contenido que al niño se le figuró un escupitajo.
— No sé, hay un montón de cosas.
— Escoge la que más te guste.
Los ojos buscaban con avidez la receta ideal. Al mismo tiempo trataba de leer en voz alta lo que su vista iba registrando.
— ¡Ya sé, abue! Quiero una sopa de pasta.
— Hijo, has probado la sopa de pasta muchas veces. ¿No quieres otra cosita?
— No, abue. Quiero sopa de pasta.
— Ándale pues. Leéme la receta.
El niño sonrió triunfante y apuntó con la pequeña uña de su índice, la primer palabra de la receta de la sopa.
— “In…gre…dien..tes”
— A ver, hijo. Dime.
— “Un so…bre de…pas…ta… para…pre…parar. ..sopa, un puré de --- to…mate, un diente de ojo…
— ¿Cómo?
— Así dice, abue. “Un diente de ojo”
La abuela se acercó al niño y miró el recetario escrito con su propia mano y que la había acompañado desde hacía más de cuarenta años.
— Mira, abue… “un …dien…te…de…ojo”
La abuela leyó por sobre el dedo de su nieto y se arrancó a reír como nunca él la había escuchado. Las carcajadas de la abuela sonaron por la casa que hasta los pájaros de las jaulas del corredor se agitaron y comenzaron a piar ruidosamente.
— Pero no, mi amor, —decía la abuela apenas respirando. —Es “un diente de ajo”. Es “ajo” no “ojo” ¿Ves?
El niño no pudo menos que soltar a su vez otra risotada, consiguiendo con esto, contagiar nuevamente a la abuela que se sostenía de la mesa de la cocina para no caerse.

Tocaron a la puerta. La abuela interrumpió las carcajadas y fue a la entrada para ver quién tocaba. Giró la perilla.
—Vengo por el niño, señora.
La abuela se puso seria y bajó la mirada. La cabeza se le antojaba pesada, fría. La mujer cruzó el umbral y llamó:
— Hijo, ya vente, nos tenemos que ir.
— No puedo, mamá, le estoy dictando una receta a mi abuelita.
— Ándale, ya ve por tus cosas.
— Ya voy.
El niño se adentró en el corredor haciendo pucheros. La madre volteó hacia su suegra con una mirada lánguida y seria.
—Ya nos encontró.
La abuela asintió con tristeza y abrazó a su nuera. Las lágrimas aparecían enormes tras los bifocales pesados como losas.
—Nunca puedo quedarme el tiempo suficiente. — rezongó el niño.
—Perdona, mi vida, pero ya nos tenemos que ir. Despídete de tu abuelita.
El niño se paró de puntitas para alcanzar los carrillos de la anciana quien se encorvó, todavía un poco más para abrazar a su nieto. Cuánto había crecido en el último año. Qué grande estaba.
— Otro día vengo a terminar la sopa de diente de ojo, abue.
— Si, mi amor. Ven cuando quieras. Haremos todos los dientes de ojo que podamos.
El niño cruzó la puerta y salió al patio y a la calle. La madre salió detrás de él. Las mujeres se miraron y torcieron la boca con tristeza. La abuela se quedó un rato en la puerta mientras veía el coche alejarse. El ruido del motor se fue apagando, mientras ella pensaba en silencio.




22/08/06

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